por T. Austin-Sparks
Capítulo 4 - Como "Cabeza de todo Principado y Potestad"
“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:15-23).
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:5-11).
“El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13).
“Y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad. Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:10,15).
En una meditación anterior nos ocupamos de la centralidad y supremacía de Cristo en referencia al individuo, luego fue su centralidad y supremacía en la iglesia, la cual es su cuerpo. Ahora vamos a considerar lo que se refiere al versículo 10 del capítulo 2 de Colosenses: "...la cabeza de todo principado y potestad". Junto a ello, la declaración del capítulo uno: "...el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas".
EL GRAN ERROR DE LOS COLOSENSES
Para apreciar en forma correcta y verdadera el valor de las declaraciones de la epístola, como las que hemos leído, debemos tener en mente el trasfondo y la ocasión de la carta; y por un momento nos vamos a ocupar de las cosas principales que resaltan en ella. Desde el comienzo y en su totalidad, está la absoluta supremacía de Cristo. El Espíritu Santo guió al apóstol a escribir esta epístola para dar luz y establecer a los creyentes en esta verdad. Fue a causa de un movimiento surgido de una enseñanza llegada a Colosas, y cuyo efecto era sacar al Señor Jesucristo de su posición preeminente y ponerlo en un lugar más bajo. Fue una corrección. El contenido de tal enseñanza era una combinación de judaísmo con filosofía cristiana espuria. Había elementos judíos y cristianos entremezclados en una filosofía fascinadora, y tenía que ver con los seres sobrenaturales desde las más bajas a las más altas categorías espirituales: principados y potestades de los ámbitos más bajos hasta los más altos, y estos órdenes de seres sobrenaturales y espirituales eran descritos a través de las jerarquías de espíritus, ángeles y arcángeles y entonces, como uno de ellos, pero de muy alto rango, era presentado Cristo. Y ellos señalaban al Señor Jesucristo como uno de nivel superior, o quizás la única cabeza superior de las fuerzas angélicas, de los órdenes angelicales, y a éstos se les rendía adoración.
Actuaban, dice el apóstol aquí: "...afectando humildad y culto a los ángeles..." Por lo cual él quería decir que las personas asumían ser muy humildes, adorando a los ángeles, inclinándose delante de cualquier persona superior en el ámbito espiritual, una humildad voluntaria y adoración a los ángeles. Si lo vuelven a leer, se darán cuenta de que el apóstol repudia todo esto como algo terrenal, del hombre, pernicioso y diabólico, que tenía que ser desarraigado, porque bajo la apariencia de una religiosidad sincera y honesta, sutilmente atentaba contra la supremacía absoluta del Señor Jesucristo como Deidad. Era algo bueno. Expresaba adoración. Y aun conducía a adorar a Jesús, le daba una posición muy alta en los órdenes celestiales; representaba un alto grado de devoción, y con sus ritos externos sacados de las ordenanzas judaicas, como se puede leer en la epístola, atrajo a muchos, y ellos lo aceptaron como una revelación, una maravillosa revelación y como una verdad para ser recibida y obedecida.
Ellos estaban en riesgo de no percibir el peligro de este hecho, que aunque exaltaba a Cristo, y conducía a la adoración a Cristo, producía en los que lo aceptaban una actitud, aparentemente espiritual, de reverencia y humildad, y tenía un efecto moral en ellos de algo, y los hacía ser personas muy reverentes, muy humildes, gente ferviente, con una gran devoción a Cristo, y un gran respeto por todo lo espiritual; pero esto los enceguecía para no ver lo profundo, lo sutil y diabólico que había allí. Cuán lejos puede ir Satanás trayendo una fingida clase de devoción a Cristo, y promover un 'cristianismo' (?) místico, mental, con elementos morales elevados, y escondiendo en todo esto algo que es de sí mismo, los anhelos que él tenía desde los tiempos en que fue arrojado de los cielos, aquello que podría quitarle al Señor Jesucristo su lugar absoluto dentro de la Divinidad.
Esto es lo que se ve en el trasfondo de la epístola; y la epístola fue escrita para poner en evidencia esta filosofía gnóstica, esta falsa espiritualidad, esta satánica devoción hacia el Señor Jesús, y para probar que el Señor Jesucristo no solamente estaba en la cima de las categorías angelicales, Él era la cabeza de todo principado y potestad, en el sentido que Él era el Hijo del amor de Dios, y que Él era uno eternamente con el Padre en la Deidad. En Él habitaba corporalmente toda la plenitud de la Deidad.
Ahora, amados, por todo lo que hemos dicho, hay una orientación para nosotros en los postreros tiempos; ustedes deben tomar lo dicho y aplicarlo a algunas cosas que ya tienen este mismo carácter, que van a estar en boga sobre la tierra, pero que van a carecer de lo esencial. Pero este no es el objetivo de lo que yo digo, aunque les va a ayudar en la comprensión, el conocimiento y la guía para prevenirse. Cristo es cabeza de todo principado y potestad, Él es absolutamente supremo, en una supremacía única, no como uno más de ese orden, en la cima de ese orden, sino Uno cuyo orden es por sobre todo otro orden, y cuya supremacía es porque no hay otro semejante a Él. Él no pertenece al orden angelical. Él no es un ser creado. Él es eternamente Uno con Dios. Por supuesto, esto no es nada nuevo para ustedes, y no les produce un gran entusiasmo, porque todos lo creemos de corazón. Espero que esto sea verdad en ustedes; que lo crean, que se afirmen en ello, que de corazón, sin la más leve duda, estén capacitados para confesar: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente".
LA SUPREMACÍA DE CRISTO DEMOSTRADA POR SU OBRA
Ahora, habiendo dicho y visto esto, ustedes están capacitados para avanzar al asunto que tiene relación con la parte medular de la epístola. Asociada con la absoluta supremacía de Cristo, está la supremacía demostrada por su obra. Es aquí donde el apóstol nos muestra de qué forma Cristo es diferente de, y superior a todos los órdenes de ángeles, arcángeles, principados y potestades. No es solamente la declaración del hecho de que Él lo es, sino el demostrar cómo lo es, de qué forma lo es; y es por razón de su obra. Pueden ver que esto aparece en la epístola. Tomen la tremenda declaración de 1:13: "...el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo". No se dice esto de ningún ángel o arcángel. No se puede atribuir esto a ningún otro ser en el cielo o en la tierra. Esto representa su poderosa obra, y fue lo que Él hizo en lo que tú lees en el capítulo 2:15: "...y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz".
Cuando Él hizo esto, nos libró de la potestad de las tinieblas, y fuimos trasladados al reino del Hijo del amor de Dios. Ningún ángel lo hizo. Ningún arcángel despojó a los principados y potestades. Él los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en su cruz. Fue Cristo quien lo hizo. De Cristo es el reino. Es el reino del Hijo del amor de Dios; suyo es el reino; y el reino es suyo a causa de haberlo conquistado, a causa de su victoria, por haber despojado a todos los principados y potestades; por exponer públicamente en Su victoria a todos los demás que buscaban tomar posesión de los reinos de este mundo. Suyo es el reino en virtud de su cruz; y su cruz es el escenario de su enfrentamiento con toda otra autoridad y poderío en el universo que pudiera en alguna forma tratar de usurpar sus derechos eternos, el heredero de todas las cosas, como dice el apóstol aquí: "...todo fue creado por medio de él y para él". La supremacía está basada en su obra.
Es, por supuesto, gran cosa reconocer la supremacía personal del Señor Jesucristo; es de suma importancia, amados, reconocer la grandeza de la obra lograda que lo hizo merecedor de esta supremacía personal. En Filipenses 2 vemos el movimiento de descenso del Hijo Amado de Dios de su posición de igualdad con Dios, bajando, bajando, humillándose hasta lo sumo: "él se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". "Sí" dice el apóstol: "Sí", y no una muerte gloriosa, no honorable ante los ojos de los hombres, sino "muerte de cruz". "Por lo cual (por esta razón, por este hecho, a causa de ello, la muerte de cruz) Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre". El terreno de su supremacía es la trascendencia sin igual de su obra consumada.
NUESTRA POSICIÓN EN ESTA SUPREMACÍA
Ahora, el tercer punto que aparece en esta epístola nos incluye a nosotros. Todo esto es glorioso, y nuestros corazones deberían conmoverse por esta objetiva realidad, la supremacía de Cristo y su obra; pero nosotros tenemos que conocer cómo nos incluye, y una o dos porciones nos ayudarán. Veamos Colosenses 2:12: "...sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados..." "Si habéis muerto con Cristo". Podríamos dejar fuera el 'si' y transformarlo en una afirmación: "Habéis muerto con Cristo". "Si fuisteis también resucitados con él..." Vean que anteriormente él ha hecho la declaración que esto fue así, que fuimos sepultados juntamente con Él, que fuimos resucitados con Él. Ahora veámoslo de esta forma, como una doble afirmación: "Habéis muerto con Cristo; y también habéis resucitado juntamente con Cristo". "...buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios".
La diestra es considerada el lugar de honor y poder; ahí es donde está Él. "Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios". "No mintáis los unos a los otros; habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno; donde no hay griego ni judío ... sino que Cristo es el todo, y en todos". Ese es el camino de todo lo bueno que hemos estado diciendo y es necesario que nosotros consideremos la obra de Cristo en su total dimensión; que consideremos la total importancia de su absoluta victoria en el ámbito de los principados y potestades, en el ámbito de la autoridad de las tinieblas. Reitero la necesidad de considerar su obra en su dimensión plena. El perdón de pecados es una gran bendición, la expiación de nuestros pecados es una gran bendición, ser salvos del infierno y llegar al cielo también es una bendición, no podríamos minimizar o quitarles su grandeza a estas cosas ni un momento por causa del precio infinito que fue pagado por nosotros, pero vuelvo a decir, es necesario que nosotros consideremos la obra de Cristo en su totalidad, y su totalidad se halla en el ámbito de los principados y potestades, está en el ámbito de la autoridad de las tinieblas, la jurisdicción de las tinieblas.
Es importante que el pecador sepa que no es sólo un asunto de ser perdonado de sus pecados y ser salvo del pecado, sino que el pecador debería conocer que en la salvación toda la autoridad, el poder de los principados y potestades, del adversario, Satanás mismo, ha sido destruido y quebrantado, y fuera de aquella jurisdicción, aquella autoridad, el derecho que Satanás tenía sobre ellos, han sido redimidos – porque esta es la palabra aquí– redimidos por Cristo en su cruz; significa que ya Satanás no tiene poder, porque ya no tiene derecho. Su poder depende de su derecho, y su derecho está basado en un estado de las cosas en nuestros corazones, y la cruz trata con el estado de cosas y destruye o quita el terreno de su derecho y quebranta su poder. Lo termina completamente. Ahora, todo esto lo tenemos en Cristo. Cristo en sí mismo manifiesta su supremacía sobre el adversario, porque en Él no hay terreno al cual el adversario pudiera aferrarse para levantar un derecho de autoridad y sujetar en esclavitud.
En Cristo no hay tal terreno; Cristo está en nosotros cuando creemos y, como ya lo habíamos señalado, esto apropiado por la fe significa que la autoridad de Satanás es quebrantada porque en nosotros está Cristo, en el cual no hay lugar para la jurisdicción de Satanás. Ser librados no sólo del pecado (déjenme decirlo de nuevo) sino de la autoridad de Satanás, es algo grandioso. "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ... Cristo es el que murió y el que también resucitó". ¿Qué valor tiene esto? El acusador viene y trata de formular cargos contra nosotros. ¿Cuál es la respuesta? Oh, el terreno de la respuesta es: "Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó...". Esta es la forma de responder la acusación del enemigo: Cristo, que ha triunfado sobre el pecado y sobre todos los terrenos de la autoridad de Satanás. Ustedes y yo nunca podemos enfrentar al enemigo en nosotros mismos, él tendrá el mejor argumento cada vez, pero si somos capaces de enfrentarlo con Cristo, ¿qué puede hacer? "...el príncipe de este mundo ha venido y nada tiene en mí".
Son las palabras del Señor Jesucristo. ¿Qué poder tiene el diablo? Todo su poder fue destruido con la muerte de Cristo y Su resurrección. "¿Quién acusará a los escogidos de Dios?" “...Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". ¿Comprende usted? Esta es la provisión que Dios ha hecho, y si nosotros sólo tuviéramos una más plena y pronta aprehensión de Cristo encontraríamos el camino a la victoria. ¿Cómo obra el Espíritu Santo para lograr la victoria en nosotros ahora? No son nuestros esfuerzos por ser mejores. El Espíritu Santo nunca nos va a ayudar en nuestro esfuerzo para ser mejores. Podremos luchar para siempre y morir luchando, y el Espíritu Santo no nos va a ayudar si pensamos que esta es la vía por la cual vamos a ser salvados o santificados.
¿En qué forma va a cooperar el Espíritu Santo? Es en nuestra comprensión por la fe y en apropiarnos de Cristo como nuestra perfección y nuestra salvación. "Oh", dirá usted, "sí, pero somos pecadores y hay tanto mal en nosotros; ¿cerraremos nuestros ojos a nuestra propia realidad?". Usted tiene que poner la mirada en Cristo. Dejar de mirarse a sí mismo y a su pecado y fijar sus ojos en el Señor Jesús como perfección para usted con Dios y de Dios hacia usted, y cuando lo acepte a Él por la fe –"No lo que yo soy, Señor, sino lo que tú eres"– "En mí mismo soy malo: '...en mí, esto es en mi carne, no mora el bien', pero tú, Señor, eres mi salvación, tú eres mi justicia, tú eres mi santificación, me aferro a ti para todo esto", su Santo Espíritu obra ese bien en nosotros. Nuestra valoración de Cristo es el terreno de actividad del Espíritu Santo; tal es la vía de liberación.
CRISTO, LA SALIDA PARA EL PECADOR
Escuchen a ese hombre miserable gimiendo: "...porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago". Y en esa vida con altos y bajos, prometiendo y fallando, al final él clama: "Miserable de mí! ¿quién me librará? ... Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro". ¿Cuál es la salida para este desdichado? Apropiarse de Cristo. No sus luchas, ni sus promesas, ni sus resoluciones, ni sus propios esfuerzos por ser mejor este día, para volver a arrepentirse al final de la jornada. ¡No, no! Nuestra fe arraigada en Cristo es la salida, el terreno seguro de victoria. Pruébelo. Dios honra a su Hijo, y Dios honra nuestra fe en su Hijo. "Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó", triunfante; y, "Cristo en vosotros ... la cabeza de todo principado y potestad". Esto, para los inconversos, es una realidad inevitable.
Si al convertirnos hubiésemos sido fortalecidos en esto, habríamos sido creyentes más firmes desde el comienzo. Si sólo hubiésemos conocido esto cuando recién fuimos salvos habríamos hecho un gran avance en lo que vinimos a conocer años después. ¡Oh, que el mensaje de salvación sea completo! Se obtiene una clase distinta de convertidos cuando se les comparte de la obra del Señor Jesucristo en toda su proyección; cuando no solamente se predica el perdón de tus pecados, y que irás al cielo y no al infierno –quizás un poco más que eso; sino que es infinitamente más que eso, y si sólo predicáramos la obra de Cristo en su total significado, tendríamos creyentes que irían adelante, aprisa, y alcanzando la madurez más pronto que la mayoría, y veríamos que muchas de nuestras convenciones son innecesarias, porque son mayormente para volvernos al lugar donde debiéramos haber llegado cuando recién nos convertimos.
EL PREDICADOR NECESITA CONOCER ESTO
Es necesario para el creyente; debo decir que es necesario para el obrero, el predicador del evangelio, a todo el que tiene responsabilidad con almas. Por supuesto, si usted predica esto no llegará a ser un predicador popular.
Encontrará más que nunca que el infierno, y aun muchos del pueblo de Dios, se volverán y estarán contra usted, pero es necesario. Tome el ejemplo del pagano; aunque lo que vemos en los paganos es obvio y notorio; lo mismo ocurre en el caso de los iluminados, civilizados, pero no es tan obvio, ha sido encubierto por la civilización y una gran parte de tradición cristiana; pero en el caso de los paganos es bien evidente. ¿Cuál es el problema con tantos convertidos del paganismo? Ellos avanzan en el tema de la salvación y perdón de pecados, y en la fe en el Señor Jesucristo, pero, oh, la cacería, la búsqueda, el temor persecutorio del mundo espiritual, de los malos espíritus, la potestad de las tinieblas; los persigue, y muchas veces son justamente estas cosas las que los empujan hacia abajo y los traen de nuevo a la esclavitud; y a causa del temor de ello, y de las consecuencias de haber roto con las tradiciones de sus antepasados, el temor a las consecuencias en el ámbito espiritual, de lo que les podría ocurrir, lo que les podría sobrevenir, vuelven a caer en esclavitud de temor, dejan el camino y se vuelven atrás.
Si sólo pudiéramos llevarles en el poder del Espíritu Santo desde los comienzos, la proclamación de que Él "nos ha librado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de su amado Hijo", y poderlos introducir aquí, veríamos resultados diferentes. Entréguenles eso.
Amados, lo mismo se consigue en este país como en los países paganos, pero les está encubierto. La potestad de las tinieblas es tan real aquí como entre los paganos, es necesario el mismo evangelio, y ustedes se darán cuenta que mientras no se haya comprendido el impacto de la obra de Cristo en el Calvario contra las fuerzas espirituales detrás de los hombres, no habrán llevado a cabo su plena liberación. Nosotros los creyentes ya conocemos al enemigo cuando trata de volvernos a atenazar con el miedo concerniente a él mismo. La autoridad de las tinieblas es algo real para nosotros. Hemos tenido experiencias, y si capituláramos o cediéramos a ellas, sería el fin para nosotros. Él trata de intimidarnos con su autoridad de las tinieblas, y si nos rendimos a ello, si capitulamos, sería nuestro fin. Si somos del Señor, Cristo está en nosotros, y Cristo es absoluto, y debemos seguir aunque no lo sintamos, o si nos sentimos muy mal; cuando pareciera que ya es lo último que somos capaces de decir, lo decimos porque es un hecho de Dios, y cuando comenzamos a afirmar los hechos de Dios tenemos victoria. Los creyentes conocen lo que significa para el enemigo tratar de hacerlos aceptar la autoridad de las tinieblas. Afirmémonos sobre la verdad de Dios. Dios no cambia con nuestros sentimientos. Dios no es alterado si nos damos cuenta o no de sus hechos.
Toda la vida nuestra está sujeta a variación, somos más cambiantes que el clima, pero Él reina inalterable, inmutable. Él "es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos". Y si Él habita en nuestro interior, Él ha venido a quedarse, y la victoria es por fe; creyéndolo, sosteniéndolo y aferrándose a ello, y prosiguiendo así hasta la comprensión plena del hecho, de que Él es Señor de todo, "cabeza de todo principado y potestad". Satanás tratará a veces de hacernos creer que él está en el lugar preeminente, el lugar de supremacía, pero desde el Calvario no lo está, lo estamos nosotros.
El Señor nos traiga un gozo renovado en el Hijo de su Amor, como absoluto en todo ámbito.
Resplandece en nuestros ojos el brillo de nuestra gratitud,
En gozo y en pesares, en confianza y en calma,
Y a través de toda la vida y más allá,
Conmovidos por la alabanza eterna.
Sí, a través de la vida, de la muerte, del dolor y el canto,
Él me bastará, porque Él es suficiente:
Cristo es el fin, porque Él es el principio;
Cristo es el principio, y el fin es Cristo.
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