por T. Austin-Sparks
Capítulo 5 - El Jordán: Un Cambio de Situación
Lectura: Josué 3 y 4:1-9
El paso del Jordán que leemos en estos versículos nos presenta, ya consumado, todo lo que el Señor está diciéndonos en esta serie de estudios. Debe estar bastante claro para nosotros, cuando lo leemos, que representa un momento muy crítico en la historia de este pueblo. Es el punto culminante de un largo proceso de preparación, el comienzo de una nueva y maravillosa fase de su vida. Además, por el Nuevo Testamento que lo confirma bastante, vemos que es una representación, en nuestra época misma, de la vida de los hijos de Dios y de los que quieren ser hijos de Dios. En efecto, el Nuevo Testamento recoge este incidente de la vida del pueblo de Israel y declara que era un tipo o figura, que su significado real, permanente y espiritual se relaciona con el cristiano o el que desea serlo.
De manera que hoy, en la actualidad, y en nuestra situación presente, nos hallamos en realidad en esta parte del libro de Josué. Se aplica a nosotros. No estamos leyendo meramente de muchos siglos atrás, con la idea de que algo sucedió entonces, en la vida de este pueblo, al pasar del desierto a la tierra de Canaán. Estamos leyendo desde entonces hasta hoy. Lo estamos adelantando y diciendo: "Eso no es de aquel tiempo, es de ahora; y esto es eso, o eso es como debería ser". Lo maravilloso es que podría ser ahora, en este mismo momento, en experiencia. Josué dijo: "Santifícaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros." Eso es ahora posible, eso puede ser de actualidad. Por lo tanto echémosle una ojeada, pues vivimos muy cerca de todo lo que hemos estado considerando en estos capítulos anteriores o sea, abrir la senda del camino celestial.
EL OBJETIVO A LA VISTA EN LA TRANSICIÓN
Recordemos primero el objetivo, la finalidad a la vista en esta transición, este paso del Jordán. Tenemos la interpretación espiritual. Está mostrado como una ilustración de la vida de resurrección y en unión celestial con Cristo. Ése es el objetivo al cual Dios ha llamado a Su pueblo. Eso es precisamente a lo que el Señor nos llama por Su gracia: a vivir en unión con Cristo resucitado; unidos a Él sobre la base de la vida de resurrección. Y no sólo eso, sino unidos igualmente a Él, por el Espíritu Santo, en Su vida celestial, es decir, una unión con Cristo como estando nosotros mismos en el cielo, con todo lo que eso implica.
Ése es el objetivo, el mínimo irreducible de la voluntad de Dios para Su pueblo. Si no llegamos a una unión con el Señor Jesús, sobre la base de la vida de resurrección, no hemos llegado para nada a ninguna unión. Es decir, que en todos los propósitos y valores prácticos, no conocemos en realidad nada del significado de estar «unido al Señor». Hay muchos que conocen algo de lo que es estar en unión con un Cristo viviente, pero que conocen quizás muy poco, a lo sumo no bastante, de la unión celestial con Él y todo lo que eso encierra. Hasta que lleguemos a eso, no hemos llegado al objeto mismo de nuestra salvación, ni a la satisfacción de Dios al salvarnos. Debemos ver lo que eso significa.
LA TRANSICIÓN
1) A LA AUTORIDAD DE CRISTO
Teniendo claro el objetivo delante de nosotros, miremos más de cerca a la transición. Esta transición tenía dos aspectos. En primer lugar, representa una transición de la autoridad de las tinieblas a la autoridad de Cristo. A pesar de que llevaban muchos años fuera de Egipto, este pueblo había estado, hasta este momento, bajo la autoridad de las tinieblas. El caso es que Egipto venía apenas de salir de ellos. Es posible para nosotros ser salvos del mundo de un modo exterior y no ser salvos de él de un modo interior.
A través de los años en el desierto, Egipto había conservado una fuerza dentro de ellos. Esa generación recordaba a Egipto sin cesar. "Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto" (Éxodo 16:3). ¡Oh que nos hubiésemos quedado en Egipto! Aún estaba dentro, aún tenía un agarradero en ellos; soñaban y se imaginaban que estarían satisfechos allí. No habían llegado completa y totalmente a esa emancipación que resuelve, de una vez por todas, que no hay nada atrás, allí, en ese mundo; nada en absoluto. El pensamiento mismo de ello es repugnante, es aborrecible, significa desolación.
Eso ocurre incluso en cristianos que, a veces, bajo la carga y la presión, piensan que sería mejor volver al mundo, que lo pasarían mejor. Pero el Jordán liquidaba eso. El Jordán acabó con lo que se había quedado y había estado escondido durante todos los años de desierto. Esa autoridad, esa dominación interior, se terminó finalmente en el Jordán. Era una transición, la transición completa de la autoridad de las tinieblas a la autoridad de Cristo, hablando de manera simbólica.
Voy a decir otra vez, algo que he dicho a menudo. Hay tal cosa como tener y conocer a Cristo cual nuestro Salvador, sin conocerle como nuestro Señor. Es decir, solamente para la salvación; como el que nos salva de la condenación, del juicio venidero, del infierno. Y, sin embargo, ¡oh cuánto más es Él posible y real para nuestro conocimiento! Desde el éxodo, la salida, hasta el "eisodus", la entrada, la distancia es demasiado larga. Hay entre los dos un espacio muy grande. Cuántos cristianos, salvos desde mucho tiempo, después de oír el mensaje de Dios, hacen Señor a Jesucristo, descubriendo que ese intervalo entre los dos (entre Jesucristo Salvador y Jesucristo Señor), ha sido muy grande, demasiado, y que esto habría debido ser mucho antes.
El Jordán habla, no tan sólo de nuestro descubrimiento de Cristo como nuestro Salvador que nos salva del juicio y de la muerte, sino de nuestro descubrimiento de Él como Señor, con todo lo que significa el que sea Señor. Es cuando es Señor que empezamos a descubrir las riquezas insondables que están en Él.
(2) A LA FERTILIDAD DE LA VIDA EN EL ESPÍRITU
El Jordán representa también la transición de la desolación y la esterilidad de la naturaleza, a la fertilidad de la vida en el Espíritu. ¡Habían vivido tanto en ellos mismos! La vida del yo, la vida natural, se había afirmado mucho. Sus propios intereses, sus ventajas o desventajas habían ocupado un lugar grande en su horizonte. Murmuraban, si las cosas según el propósito de Dios no eran fáciles, que iban en contra de lo natural. Si las cosas iban bien, por supuesto, era muy normal regocijarse. Era de cualquier modo la naturaleza. La naturaleza que se regocijaba porque las cosas eran fáciles, la naturaleza que protestaba porque las cosas eran difíciles. Era la vida de la naturaleza. ¡Qué árido desierto fue para ellos! Un desierto fuera y dentro. Y ahora el Jordán pone fin a eso. Representa una transición de esa vida en la naturaleza, en la carne –vida estéril y desolada–, a una vida en el Espíritu.
En cuanto a ese Hombre que luego afrontó a Josué como representante de Dios, yo creo que no era otro que el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, el Capitán del ejército del Señor. Es como Él se llama: "Príncipe del ejército de Jehová" (Josué 5:14). "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos " (Zacarías 4:6).
Desde ahora en adelante, Él va a hacerse cargo. ¡Qué situación tan diferente obtendrá! Será la vida en el Espíritu. Sí, habrá fertilidad ahora. No una vida sin resbalones y errores, esto ocurre, sino una vida ajustada al Espíritu. Había de ser una vida de progreso, de crecimiento, de enriquecimiento constante; una vida de entrada a la herencia: "Toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efesios 1:3). De la esterilidad de la vida natural a la fertilidad de la vida en el Espíritu. Ése era el significado de la transición del Jordán.
EL GRAN PIONERO VA ADELANTE
Vengamos, pues, al punto real y central de todo ello: al gran Pionero (esta vez escrito con una gran letra mayúscula). El gran Pionero, está representado por el arca del Señor de toda la tierra. Una vez más, esto no es ninguna interpretación imaginaria. Con categórica afirmación, el Nuevo Testamento garantiza la interpretación que ese arca era un tipo del Señor Jesús. No vamos a demostrarlo ahora con las Escrituras, pero es así. El arca tipifica a Cristo. La gran transición iba a hacerse. ¿Cómo se haría?
"He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la tierra pasará delante de vosotros en medio del Jordán" (Josué 3:11). "Pero entre vosotros y ella haya distancia como de dos mil codos; no os acercaréis a ella" (Josué 3:4b). No es posible saber exactamente lo que era esa distancia, porque hay tres medidas de codo en la Biblia. Desconocemos de cuál de ellas se trataba, pero calculando con la más pequeña, había más de un kilómetro entre el arca y el pueblo.
¿Por qué eso? 'Guardad la distancia, no os acerquéis, guardad ese gran espacio entre vosotros y el arca'. (Nosotros diríamos: "entre vosotros y Él"). ¿Por qué esa distancia tan grande?
A) LA GRANDEZA DE CRISTO EN LA MUERTE
¿No nos habla esto, en primer lugar, de la grandeza de Cristo en la muerte? Porque aquí dice entre paréntesis: "el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega» (Josué 3:15b), y éste era precisamente el tiempo. "El Jordán suele desbordarse por todas sus orillas": una gran inundación, más allá de su cauce, extendiéndose en todas las direcciones. Sabemos muy bien que esto habla de las aguas de la muerte y del juicio. Habla de la cruz del Señor Jesús. Puesto de pie en la riada, en la destructora inundación del poder de la muerte, se estuvo Él parado, exactamente en el centro, de lleno en su hondura, en su largura y en su anchura; lo detuvo todo.
¡Qué grande es Cristo en la muerte! La muerte no es una cosa insignificante; la muerte es un poderoso torrente arrollador. Él ha sondeado sus profundidades, ha tomado su medida y la ha destruido. Allí está Él; se mantiene de pie ante la muerte.
Ésta ha perdido su poder. La muerte es rechazada con desprecio. Se le prohíbe avanzar. La descripción de esto es maravillosa. De un lado, había el enorme muro de agua levantado; del otro lado, directamente hacia abajo, el mar Muerto. Todo ello nos revela que la muerte enmudeció, se secó por entero. ¡Qué grande es Cristo en la muerte! ¡Es incomparable! Él está solo en esto. Nadie más podía hacerlo.
B) CRISTO ÚNICO EN LA MUERTE
Además habla no tan sólo de la grandeza de Cristo en la muerte, sino de Cristo único en la muerte. No hay nadie que le iguale. ¡Oh qué blasfemia es hablar sobre la muerte, incluso de la más heroica, de un soldado dando su vida por su país, como comparable a la muerte de Jesús! No. Sea lo que sea el heroísmo –y puede haber mucho que honrar, valorar y apreciar–, por grande que sean el heroísmo y el sacrificio de los hombres, no llegan cerca de los dos mil codos. Hay una distancia en medio. Dios ha puesto esa distancia y dice: 'Esto es inviolable. Él es aparte. Nada puede acercarse a esta gran obra poderosa de Jesucristo. Nadie más la ha hecho y nadie puede hacerla. Tiene que ser hecha por Él solo'.
C) LA SOLEDAD DE CRISTO EN LA MUERTE
Solo. Miren la soledad de esa figura: el arca. Olvidemos por el momento que estaban los levitas que la llevaban en sus hombros. La descripción que se nos da, no tiene en absoluto la intención de poner a la vista los sacerdotes, sino de tener sólo este arca a la vista, de contemplarla a lo lejos. Es una distancia grande. Si era no más que de un kilómetro, eso es ya una buena distancia para mirar desde allí un objeto como ese, pequeño y solitario, allá, afuera. ¡Qué solo estuvo Él en la muerte! "...Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron" (Mateo 26:56b). Él dijo: "...y me dejaréis solo..." (Juan 16:32). Y lo hicieron. Y después la punzada más profunda y dolorosa de todas: "...Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46). Su soledad en la muerte está representada por el arca, allá, afuera. Mírenlo: "He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo " (Juan 1:29).
¿Por qué esa soledad? No había ningún otro que pudiese pagar el precio del pecado. No hubo ningún otro bastante grande para cargar con el pecado del mundo. El hecho de ser el único que podía hacerlo, lo envolvió en esta soledad total.
¿Quién podría soportar, en su pleno conocimiento, el desamparo completo de Dios? Gracias a Dios, no será nunca necesario que lo conozcamos. Nunca hará falta que tengamos conciencia por un momento, de que Dios nos ha abandonado. Eso no es necesario y es más, no podríamos seguir viviendo. Pero Él lo conoció. Él, el Hijo de Dios, pasó por eso. Es el precio que pagó como Pionero, el Pionero de nuestra salvación, el Pionero de nuestra herencia, el Pionero que nos pone en posesión de todo a lo que Dios nos ha llamado mediante la unión con Cristo. El Pionero tenía que pagar el precio final de su completa soledad.
¿No es esto algo del suspiro, del grito que leemos en Isaías 53? Sí, Él es el Único, solo allí, herido por nuestras rebeliones, castigado de Dios y afligido: Su vida hecha ofrenda por el pecado. Pero "verá linaje, prolongará sus días" (Isaías 53:10 V.M.). Y de esa soledad vendrán, en una gran multitud, los hijos de Su aflicción.
IDENTIFICACIÓN CON CRISTO POR LA FE Y EL TESTIMONIO
Después está la identificación con Él por la fe y el testimonio. No, no podemos llegar a eso literalmente, en realidad. Gracias a Dios no es necesario. Quiero decir, que no somos llamados a pasar por todo lo que Él pasó, pero somos llamados a tomar una posición de fe, a dar fe de ello de una manera muy práctica. No es sólo entrar en esta identificación y pasar por ella tomándola como nuestra, sino reconocer que es nuestra sólo por Él, sólo nuestra en Él. Hay una identificación de vida con Él.
Esta identificación por la fe y el testimonio, se ve en lo que Dios mandó acerca de lo que debía hacerse: "Tomad del pueblo doce hombres, uno de cada tribu, y mandadles diciendo: Tomad de aquí de en medio del Jordán, del lugar donde están firmes los pies de los sacerdotes, doce piedras, las cuales pasaréis con vosotros, y levantadlas en el lugar donde habéis de pasar la noche" (Josué 4:2,3).
Doce hombres tenían que llevar estas piedras fuera del lecho del Jordán, fuera del lugar donde todo esto se llevó a cabo por el gran Pionero de la redención. Observen: "uno de cada tribu". En efecto, cada hombre de cada tribu está aquí representado. Para cada uno es un asunto personal, "cada uno... una piedra" (v. 5). Tiene que ser una transacción personal, un testimonio personal, una apropiación personal. Es tomarlo sobre nuestros hombros, como sometiéndonos a todo su significado. Es nuestro compromiso en esto, nuestro compromiso en la muerte del Señor Jesús, al hecho que en Él morimos, nuestro compromiso en Su sepultura: "somos sepultados juntamente con él" (Romanos 6:4), luego nuestro compromiso en Su resurrección.
Las piedras en el Jordán significan nuestra unión con Él en su muerte y su sepultura. Las piedras llevadas fuera del Jordán y levantadas como monumento conmemorativo en la otra orilla, significan nuestra unión con Él en la resurrección.
Pero ha de ser una transacción práctica, personal, individual. "Cada uno... una piedra". ¿Ha tomado usted personalmente la piedra sobre su hombro? ¿Lo ha hecho de manera definitiva? Sabemos cómo el apóstol Pablo nos dice que nace el testimonio; es tan familiar: "Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, asi también nosotros andemos en vida nueva" (Ro. 6:4). Eso es esta historia, de manera muy clara, así, sencillamente. Por el bautismo declaramos que hemos tomado la piedra sobre nuestros hombros, hemos hecho de esto nuestra responsabilidad, nos hemos comprometido de una vez para siempre.
Déjenme decir de nuevo: No es sólo ser salvado del juicio, de la muerte y del infierno, sino ser salvado para todo lo que está en el corazón de Dios. Ya no es lo que vamos nosotros a obtener ni cuánto nos va a afectar. Eso es la vieja tiranía. Ya no es la situación personal, es lo que el Señor quiere; es lo que le satisfará y le glorificará. Ésa es la pasión del corazón que así se ha entregado. Cuando Él nos hace pasar por eso – que nos hace pasar por encima de la valla del egoísmo, de los intereses materiales, del dominio carnal, al terreno en que, el Señor y lo que Él quiere, es el todo–, habremos hallado la tierra que fluye leche y miel: las riquezas de Cristo; y habremos entrado en un cielo abierto. Mucho de nuestra vida cristiana y de nuestro trabajo giran en torno al yo. Hasta que cambiemos totalmente del yo al Señor, no conoceremos nada de la plenitud espiritual de la vida celestial. Es esto lo que se representa aquí.
Que el Señor nos halle a todos haciendo esta gran transición, esta declaración: "Cada uno... una piedra". Todo lo que ese Jordán significa, tiene que descansar en nuestros hombros.
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